La solución profiláctica vuelve al ataque. Renuncie a las sensaciones, apueste por el formato. Afiliáse a las nuevas formas de almacenaje. Cinco mil páginas en un sólo click. Todas estas máximas, todos estos lemas, son atribuibles a los defensores de la nueva ola tecnológica: la del Kindle, el nuevo soporte informático destinado al almacenaje y la reproducción de los denominados "e-books", o lo que es lo mismo, de los libros electrónicos descargables desde la red.
La apuesta, decidida, millonaria, contiene sin duda aspectos positivos. En primer lugar, la posibilidad de contar con un número ingente de ejemplares en un aparatejo poco más grande que la palma de una mano, algo que agradecer en la época de los muebles modulares y las viviendas ratoneras.
Éstas y otras cuestiones, como la accesibilidad o la comodidad de la descarga no parecen sin embargo argumentos suficientes para contrarrestar los inconvenientes. Imagínese un mundo de estantes vacíos, de imprentas cerradas, de bibliotecas a golpes de click, sin rodillos rezumando tinta, sin librerías, sin kioscos, sin el olor nuevo del libro escolar, sin el tacto rugoso de la celulosa vieja. Situése en la distopía futurista de las casas sin estanterías, sin la publicidad insistente del Círculo de Lectores, sin solapas, sin librerías de viejo, sin anotaciones al margen, sin vendedores de enciclopedias, sin libros que dejar prestado y no devolver nunca, sin libros que prestaste alguna vez y no te fueron nunca devueltos. Un nuevo Fahrenheit, un nuevo sueño macabro sería el protagonista de sus vidas.
Yo, a pesar de inventos innovadores, de avances irrenunciables y de iluminados del tipo del generalmente poco iluminado Stephen King, lo tengo claro. Pueden guardarse el cacharro. Véase la incoherencia de afirmar algo así valiéndose de un montón de teclas negras y de millones de bytes comunicando nuestras pantallas, pero entiéndanme. Prefiero seguir saliendo una tarde, perderme en el centro de cualquier ciudad y ver librerías abiertas, vivas, con millones de papeles para tocar, para oler, para enseñar, para ojear, para leer. Elijo las bibliotecas con ejemplares hasta el techo, voto por las escaleras para alcanzar un libro que hace años que nadie coge. Me declaro a favor de los bibliotecarios con gafas, de los libros que me quedé y de mis libros que se quedaron, de los viejos de las librerías de viejo, de los niños en bibliotecas de mesas de colores, de las anotaciones del margen; me adhiero a la literatura de vista, tacto y olfato.
Lo demás, sería como comer jamón en forma de espuma, sin mancharte los dedos. Una gilipollez innecesaria. Guárdense sus trastos. Me gusta limpiar el polvo de mis estanterias y preocuparme a la vez de dónde voy a colocar la siguiente adquisición rodeado de pilas de celulosa, de color, de tacto, de verdad.
Me gustan los libros.
2 comentarios:
Estoy completamente de acuerdo contigo.
Por mucho que avance la tecnología no creo que jamás puedan sustituir un libro por un aparato, es que ni la lectura y lo que conlleva sería lo mismosi en vez de tener papel en nuestras manos tuviramos un cacharro algo más grande que un teléfono móvil.
Leer no es sólo utilizar la vista, es tocar, oler, sentir, e incluso saborear, y eso un aparato electrónico no lo va a transmitir jamás.
Un saludo.
Muchas gracias por el comentario. Perdona por no haber contestado antes, pero aún no me aclaro con muchas cosillas del blog.
Otro saludo para ti!
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