martes, 7 de abril de 2009

La Lupa: Vals con Bashir





En 1982, el gobierno israelí realizó una incursión bélica en los territorios del sur del Líbano. ¿El objetivo? Los refugiados palestinos que allí se cobijaban tras haber abandonado las tierras de Gaza y Cisjordania.


Desde 1947, cinco conflictos militares habían dinamitado un proyecto de convivencia que nació ya débil y que casi cuarenta años después no dejaba de tambalearse. Los continuos incumplimientos por parte del gobierno hebreo de la resolución de la ONU que dibujaba un escenario idílico de convivencia y respeto territorial tras la creación de Israel, habían desatado la vorágine de la barbarie. Y ya nadie podría detenerla. La muerte de Bashir Gemayel, lider espiritual, político y militar de las denominadas "Falanges Cristianas Libanesas" (Dios, patria y familia) no alivió la situación de los exiliados palestinos, que se encontraban en el punto de mira de dos enemigos distintos pero ciertamente complementarios: las milicias judías y los paramilitares libaneses.




¿El cúlmen? Las matanzas de Sabra y Shatila, dos campos de refugiados sitos en Líbano. Allí, con la aquiescencia de Israel, los falangistas masacraron sin piedad a los palestinos, vengando así los ataques padecidos por los cristianos en la década de los 70 y la muerte de su líder y emblema.




Éste es el núcleo temático de "Vals con Bashir". ¿Hasta que punto puede olvidar un hombre su participación en la construcción del infierno? ¿Hasta que punto es culpable el cómplice? Poniendole rostros al horror (jóvenes judíos aterrorizados, rodeados de muertos; niños con lanzamisiles al hombro, infantiles rostros asomando entre los escombros), la película representa un intento de conjugar la humanidad y la locura, de presentar una realidad terrible que supera y desborda a sus propios -y no siempre voluntarios- artífices.





Lo verdaderamente interesante es la conjunción entre técnicas, estilos e influencias muy diversas. Con una crítica aguda deudora de grandes referencias del cine bélico -Jarhead, La chaqueta metálica y, sobre todo, Apocalypsis Now-, la propia estructura del film -entre la ficción y la verdad, entre el documental y la animación- simboliza la confusión del amnésico protagonista, que intenta reconstruir su pasado con la esperanza de que éste no se convierta en su tortura. Para ello visitará a antiguos compañeros de milicia, que dibujaran con su testimonio la verdadera cara de la masacre.




El punto final, Sabra y Shatila, los recuerdos arrinconados, las partes más terribles de la memoria, acecharán sin respiro haciéndole temer por su propia naturaleza de hombre. Construyendo el alegato antibélico más honrado y personal de los últimos años, Aris Folman presenta los trazos de la más terrible de las tragedias: las de la sinrazón y el odio. Imágenes coloreadas, colores construyendo imágenes, un recorrido de perfil indeterminado por la verguenza y la locura. Dos horas de metraje intenso que hacen correr a la conciencia como una manada de perros hambrientos.

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