sábado, 20 de junio de 2009

La galería: Roy Linchestein

En los años en los que las etiquetas aún tenían algún sentido, el "pop" luchaba por erigirse en una alternativa. Frente al arte elitista, reservado a las almas refinadas, a los espíritus selectos, el pop partía de la simplificación de la cultura, de su banalización. La teoría es sencilla: "todo es suceptible de convertirse en arte". Siendo esto así, ¿por qué apostar por lo abstracto? ¿No resulta más sencillo decorar una simple y llana lata de ketchup y disfrutar de sus colores? ¿Por qué hacer un retrato de Eurídice y no de la estrella "hollywoodiense" del momento? A estas mismas preguntas, con un acierto genial, supieron dar respuesta mitos como Andy Warhol, Man Ray o el hombre que nos ocupa: Roy Linchestein. Y dicha respuesta, claro está, fue positiva.
De lo que resultó de su creencia en un arte POPular, colorista, asequible y original, traemos hoy algunas muestras. Retratos con apariencia de comics, viñetas convertidas en lienzos. Un marasmo genial en el que todo tenía cabida y todo resultaba transformado. Bienvenidos a la última revolución del arte.



























El perfil: Roald Dahl


¿Ángel o demonio? ¿Pueril o sátiro? Portador del mensaje de la fraternidad universal y combatiente veterano en el frente de batalla. Un cúmulo de tendencias contrapuestas unidas en la personalidad de uno de los maestros de la literatura infantil del siglo XX. De Roald Dahl sabemos mucho, pero no hay constancia de que fuese un hombre particularmente encorvado. Cosa extraña, porque si alguien tuvo que aguantar el peso insidioso de un ángel y un demonio en cada uno de sus hombros, ése fue él.

A Roald Dahl nunca le sentaron bien las etiquetas. Galés originario de Noruega, nacido en 1916, su infancia transcurre entre sabores y recuerdos opuestos: por un lado, las empalagosas chucherías de las tiendas de Llandaff (Gales) y la imagen de su sádico profesor Repton; por el otro, los plácidos veranos en Noruega comiendo arenques y salmones. Paisajes diversos, dulces y salados, que ayudarían a que el escritor anduviera para siempre por mundos diversos.

Sus primeros contactos con la tinta y el papel no son prematuros. En su juventud, a la edad de dieciocho años, el bueno de Roald acepta un cargo en el departamento oriental de la petrolera Shell. Jugada perfecta para perder de vista el paisaje pétreo y gris de Inglaterra, lugar maldito repleto de internados como St. Peter´s, donde comprobar el ardor de un bastón fino golpeándote en la espalda. Con algunos de esos azotes a cuestas y un mísero baúl en las manos, Dahl recorrerá con ansias de explorador Gibraltar, Malta, Nápoles, Port Sudan, Adén y finalmente Dar es Salaam, capital de la actual Tanzania.
Corrían los meses de 1939, y con un don de la oportunidad indiscutible, el galés se encontraba en mitad de ninguna parte; en una nada inmensa, calurosa y bajo soberanía alemana. Obligado por las circunstancias, viaja a Nairobi (Kenia) para alistarse en la RAF, patrulla aérea del ejército británico con la que conocerá el sonido de las bombas cayendo sobre Bagdad, Habbaniya o Egipto. Herido en Grecia, el soldado Dahl es declarado inútil para el servicio y repatriado a Inglaterra. De ahí a Washington -donde lo traslada su compañía - sólo hay un paso, y para conocer a C.S. Forester -uno de los grandes escritores ingleses exiliado por entonces en EE.UU- apenas dos. A petición de éste, el antiguo aviador relató sus hazañas bélicas sobre el papel sin ninguna expectativa. La acogida que sus escritos reciben por parte de Forester es avasalladora: "¿Sabía que era usted escritor?".

Animado por la perspectiva de un éxito sin balas y hélices, Roald Dahl se pone a escribir. En 1942, con veintiséis años, la Cosmopolitan Magazine publica su primera obra infantil: The Gremlins, la historia de unos juguetones duendecillos que sabotean desde dentro los aviones de la RAF. Las ilustraciones corrían a cargo de la factoría Disney, que más tarde se ocuparía de alojarlo en un lujoso hotel de Beverly Hills. La adaptación al cine estaba en camino, y entre el celuloide y Dahl se produjo una unión que pervive aún hoy.

Para Roald aquello pintaba bien, pero algo dentro de sí peleaba por salir hacia afuera. Transcurridos algunos años, su producción se bifurca para siempre entre el "cielo" y el "infierno". Simultaneándolos con obras como Charlie y la fábrica de chocolate (1964), el galés se lanza a la producción de cuentos "no tan infantiles", que oscilan entre las hazañas sexuales de un madurito acaudalado (Mi tío Oswald, 1979) o el pavor ante el nacimiento del niño Adolf Hitler ("Génesis y catástrofe"). Cuentos que realzan la imagen contradictoria de Dahl, quien es considerado por el gran público como retratista de la bondad humana aunque cargara con el curioso sambenito de "antisemita" durante toda su vida.

En mitad de este sin vivir de quién soy y qué cojones hago, Dahl no hizo ascos a seguir desdoblándose, y durante los sesenta su economía mejora con sus guiones para películas como la "bondiana" Sólo se vive dos veces o Chitty Chitty Bang Bang, sendas adaptaciones de novelas de Ian Fleming. En 1971 escribe el guión de Willy Wonka y la fábrica de chocolate. Con sus guiones más macabros en manos del gurú Hitchcock, Dahl se hizo en un lugar en el panteón de lo oscuro y su refinado humor negro - ya premiado en 1954 y 1959 con dos premios "Edgard Allan Poe"-, le aúpa al reconocimiento de un público más adulto.

Muerto en 1990, dejando tras sí una estela de obras memorables del calibre de Matilda, James y el melocotón gigante o Historias extraordinarias, el galés no llegará contemplar el homenaje póstumo que le brinda Quentin Tarantino en la película coral Four Rooms (1995) al adaptar su cuento "Hombre del Sur".

"Gracias" al estigma de la comercialidad, Roald Dahl es hoy un nombre a adornar los títulos de crédito de una producción de Hollywood. Para algunos, sin embargo, es algo más. Algo como un hocico de lobo asomando por la cama de la abuela. Una voz extraña y profunda que nos susurró al oído que entre la liviandad de lo puro y el negror más tenebroso no existe siempre una frontera marcada.

lunes, 15 de junio de 2009

La lupa: Petimetres, alternativos y otra fauna variada.



Escribo esta entrada a propósito de la lectura de El negocio de la contracultura: rebelarse vende, un crítico ensayo metacultural escrito por los canadienses Andrew Potter y Joseph Heath . En él -muy merecidamente, en mi opinión- se ponen en clave de solfa algunos de los rasgos más tópicamente definitorios de aquellos que se autroproclaman "alternativos" o explícitamente "contraculturales". Como en el caso de los familiares coñazos, todos hemos conocido a alguno.


Generalmente son reconocibles por su necesidad continua de reivindicarse como intelectos superiores. Un alternativo jurará no estar al tanto de las andanzas de la Esteban y echará pestes inmediatas de cualquier cosa que suene en la radio fórmula. Mientras come una hamburguesa, su tema central de conversación será la evolución discográfica de Thin Lizzy. Tomando una tapa en un bar, quizá surjan Jackson Pollock o Uslar Pietri. Olvídate de ver fútbol con él -"pan y circo", te dirá presuntuoso- o de acudir a cualquier evento de masas. El alternativo siempre tiene en la boca algun referencia, alguna cita o algún pensamiento supuestamente novedoso sobre el "copyleft" o la era post-tecnológica.


A mí, qué quieren que les diga, me aburren. Sobre todo porque conocido uno, conocidos todos. Que si su viaje iniciático a la India, que si aquella performance ininteligible o lo jodidamente interesante que es tomarte una seta en Amsterdam u oír a un Dj albano-kosovar en pleno centro de Berlín. Aderezen este retrato con las desgraciadamente nada originales pintas de zíngaro-bohemio-pies negros de mercadillo peruano- en su variante hippie- o las del entrañable gafapasta con hechuras de intelectual setentero y ya tendrán al sospechoso. Sí, sí, ése que piensa que es intelectualmente superior a ustedes. El mismo.

El alternativo sólo encuentra la horma de su zapato en los refinados petimetres de la "alta cultura". Éstos, la otra cara de esta absurda moneda, sancionarán cualquier intento ajeno de asistir a una conferencia en vaqueros, atenuarán su acento andaluz (¿?) en librerías y bibliotecas y mostrarán una predilección abrumadora por Puccini o Bergman. Son los mismos que se sacan con devoción el abono anual más caro en el teatro de su localidad, por más que la programación sea una mierda -y suele pasar- o que simplemente no conozcan ni al 5% de los participantes. Sí, sí, esos mismos que les recuerdan constantemente que son económicamente superiores a ustedes. Los mismos.

Y claro, unos y otros dirán luego que la cultura es minoritaria. Pero es que a veces uno no sabe qué hacer. A mí, que me interesan ALGUNAS conferencias, ALGUNOS grupos musicales o ALGUNOS escritores, me tienen en un brete. Para no desentonar y poder disfrutar de su aprobación, habría de contar con un fondo de armario que constara -para según qué momentos- de chaqué, gorra rapera de los NY Yankees, zapatillas Converse, camiseta de Led Zeppelin, mocasines caros y algunos otros complementos del tipo de una rasta, un par de anteojos, un acento vallisoletano inapelable o una cartera de piel repleta de billetes verdes.

Al final, en esta historia del "ying-yang cultural", la cuestión es: ¿y a lo demás, que nos queda? Poca cosa supongo. Pero les propongo una solución: cúrrense un blog "maximinoritario" con una buena carga de ínfulas y pongan a caldo a unos y otros. Sólo una duda: ¿esto es cultural o contracultural?

En fin, que como decía aquel rapero vendido a la industria, "la naturalidad, la más díficil de las poses". Y el que esté libre de pecado...

viernes, 5 de junio de 2009

La Galería: Emek






Y el maestro, al fin, encontró a su discípulo. Si esta misma sección fue inaugurada en su día con la psicodelia artística del maestro Wes Wilson, hoy encuentra continuidad con el trabajo de Emek, otro genio creador empeñado en la admirable labor de poner imágenes a la música. El norteamericano, proclive al color furioso, cercano a la estética black-power y enamorado de la imagen real y onírica de la no menos grande Erikah Badu, dedica a ésta alguna de sus mejores trabajos. He aquí algunas perlas de su rock ´n roll pictórico. Que las disfrutéis.



































miércoles, 3 de junio de 2009

El perfil: Alexis Díaz Pimienta







El repentismo surge del alma. Como una invocación, como una descarga en forma de poesía, la creatividad del repentista puede dar forma a décimas multiformes, politemáticas, originales y distintas a una velocidad de vértigo. El repentismo no es exactamente improvisación, sino que se asocia a ella. El repentismo no es cultura popular, pero se nutre de ella. El repentismo es una combinación difusa y sorprendente que se conforma gracias a la herencia cultural de un pueblo - el latinoamericano y muy particularmente, el cubano- y la creatividad sin límite de sus autores.


Pero ¿de qué hablamos exactamente? En busca de una definición satisfactoria, podría definirse el repentismo como aquella práctica poético-creativa consistente en improvisar, sin ninguna preparación previa, una décima espinela -estrofa poética de diez versos octosílabos- referida a algún tema concreto. Los repentistas pueden actuar solos o formando parte de las llamadas "payadas" o "tira-tira", es decir, de "piques" entre varios autores, pudiéndose alcanzar en ellos incluso el ataque personal, pero siempre desde una perspectiva amigable y meramente competitiva. Esta práctica, como se ve, guarda curiosa relación con algunos elementos de la cultura hip-hop.

Hechas las presentaciones, llegamos en este punto al personaje que nos ocupa: Aléxis Díaz Pimienta. Si el cubismo tuvo a Picasso, si el grunge cobró forma con Cobain, el repentismo tiene en Díaz Pimienta a su figura magistral, a su emblema. Natural de la cubana Isla de la Juventud, este polifacético repentista fue un improvisador precoz: a los cinco años debutó en un Festival repentista de su ciudad natal, y a los veinte había recorrido medio mundo demostrando su arte y participando en congresos y simposios sobre literatura oral. En la actualidad, entre sus logros se encuentra el de haber fusionado como nunca antes el repentismo y la melodía. Tal mérito le ha supuesto poder colaborar activamente con artistas de la talla de Silvio Rodríguez.


Un apunte gaditano antes de pasar a los vídeos: disfrutamos en nuestra Universidad de un grupo de investigación -con el que él mismo Díaz Pimienta colaboró en su día- dedicado a ésta y otras expresiones de la literatura popular. En la Facultad de Filosofía y Letras, el grupo María Goyri trabaja activamente por la defensa de nuestra tradición oral. Cualquier publicación suya que caiga en vuestras manos os acercará a la creación sin ambagues, a una desconocida forma de exorcización que nos presenta, como ninguna otra, el alma del hombre.