A Horacio Quiroga la muerte le perseguía como una broma pesada. Allá donde fuera, como una sombra alargada y rotunda, el mismo destino fatal se proyectaba tras él, implacable. Para el escritor uruguayo -uno de los mejores cuentistas hispanoamericanos de siempre y un clarísimo antecesor de las glorias literarias del "Boom"- el tema principal de su obra venía predeterminado. Habló de la "larga noche" incubándola en insectos invisibles que se escondían en un "Almohadón de plumas"; narró la soledad del moribundo en el trágico "A la deriva" ; retrató la locura de la sangre en "Los desterrados" y lo hizo con la sabiduría de quien conoció el filo cortante de la guadaña desde todas las personas gramaticales.
Su otra obsesión, la selva, dinamitó su vida hasta el punto de hacerle abandonar una posición social acomodada por empezar de cero en tierras agrestes, en aquellas amplitudes devoradoras -léase " La vorágine" de José Eustasio Rivera- y verdes. Allí encontró la musa ideal: callada, salvaje, misteriosa. Allí comenzó a escribir su obra más popular, los "Cuentos de la selva", y allí, como no podía ser de otra forma, conoció la tragedia de volver a sentir el drama de la pérdida cuando su mujer, Ana María, se envenenó en 1815. Por entonces atesoraba ya el uruguayo un penoso historial: el iniciado por la muerte prematura de su padre -ocurrida en su presencia cuando tan sólo contaba con tres años de edad- y continuado con el asesinato que el propio Horacio cometió cuando limpiaba el arma de su entrañable amigo Federico Ferrando, al que mató de un funesto tiro en la cara.
Volveremos a Quiroga. Y lo haremos desde el convencimiento de que es un autor imprescindible, pero también desde la curiosidad y el patetismo que despierta alguien que tras verse rodeado de tanta muerte, sólo encontró una salida: la del suicidio.
En el enlace, una narración oral de "El almohadón de plumas": http://www.youtube.com/watch?v=ZG_99_HUEO4
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