En estos tiempos de culto al ego, el misterio de la identidad de Banksy es algo más que una simple excentricidad artística. En su día a día, el autor de los geniales graffitis que vienen llenando media Europa de verdad y protesta desde hace quince años, es un simple ciudadano inglés, tan anodino y vulgar como el resto de nosotros.
Es tan solo con sus pinturas, con sus coloridos bocados de rabia, cuando su nombre toma significado, cuando su personalidad trasciende y abandona al hombre común para convertir sus manos en denunciantes feroces y sinceras de la locura que nos rodea.
En tiempos de primeros planos y homenajes a tutiplen, en las entrañas de Bristol un ciudadano pasea camuflado como un superhéroe de la Marvel, confundiéndose entre los demás al tiempo que admira su obra, callado y orgulloso. En los tiempos de los derechos de imagen, el único derecho que se otorga Banksy es decirnos la verdad pensándonse como un canal, como un medio, y nunca como un genio merecedor de las dádivas de la Tate. En estos tiempos, al fin, tan llenos de presuntuosidad e ídolos vacíos, la anonimia de Banksy, como el rostro enmascarado del Subcomandante Marcos y como millares de voces anónimas, nos demuestran que más allá de nuestras ideas y nuestros actos no somos más que carne, que números de identificación y rostros de recuerdo pasajero.
En estos tiempos de silencio comprado, !qué necesaria es la gente como él!
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