En tiempos de confrontaciones fronterizas, Corea del Norte vuelve a estar de actualidad. Y desde luego sobran los motivos. Último reducto del malentendido comunismo sostenido por el militarismo y la imposición ("toda revolución deja de serlo cuando se convierte en el sistema") el país, que representó tras su independencia un paradigma de bienestar y pujanza económica para todo el área asiática, vive actualmente en condiciones de represión y pobreza ciertamente inaguantables. Con un PIB per cápita alrededor de los 1.500 euros anuales y un gasto militar cercano al 90% del presupuesto estatal, los norcoreanos viven entre la miseria y el miedo a que un buen día comiencen a llover bombas sobre el tejado de su casa.
Si usted fuera escritor, y tuviera oportunidad de denunciarlo, tal vez debería hacerlo. Y si dibujara, tres cuartas partes de lo mismo. Eso mismo pensó Guy Deslile (Quebec, 1966) la primera vez que puso un pie en Pyongiang. Y lo hizo. Con una mezcla de compasión, resignación e ironía, el dibujante nos cuenta historias como las de la extraordinaria Exposición de Amistad Internacional, seguramente el mayor monumento a la egolatría que pudiera imaginarse.
Les cuento: dos gigantescos búnkeres excavados en una montaña repletos de regalos personales -cientos de miles, quizá millones- que políticos y empresarios internacionales donaron para mayor gloria y reconocimiento de Kim Jong Il, ese siniestro personaje al que se atribuye en la historia oficial norcoreana un origen mítico (la leyenda habla de su nacimiento en brazos de un arco iris); ese mismo individuo sumamente popular por su notable mala leche y su abnegada querencia por cualquier aparatito que haga !pum!
Y éstos son solo algunos botones que nos sirven como muestra. Con semejante material, parece factible poder crear una historia atractiva, a ratos paródica, por lo general "melodramática". Porque aunque resulte obvio, la mirada de Deslile no se centra en las locuras maniáticas de un dictador cualquiera, sino en la vida perdida de 24 millones de personas continuamente amenazadas desde dentro y desde fuera, con escasas posibilidades de escapatoria y muchas de desperdiciar su vida en mitad de una confrotación entre sistemas, entre formas de represión que los condenan a vivir con muchísima pena y ninguna perspectiva de gloria.
Esta crónica de lo absurdo, realizada sin aparente pretensión ideológica,tiene su continuación en Shezen y Crónicas Birmanas, donde vuelven a repetirse el extrañamiento y la denuncia ante la imposición. Algo a lo que nadie, inclinaciones políticas aparte, debería permanecer indiferente.
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