El Instituto de lengua Klingston, sito en Pennsylvania (EE.UU), tiene un esclarecedor eslogan: " a battle of words". La institución, destinada a la enseñanza y el fomento de la lengua creada por el lingüista Marc Okrand para la saga Star Trek, tiene, en efecto, una difícil tarea: iniciar a sus 1.500 afiliados en el aprendizaje de una lengua sin parecido alguno con los idiomas vivos. Sus fuentes de inspiración son ,seguramente, un motivo de desánimo para sus estudiantes: las oraciones subordinadas del sánscrito, los pronombres del suajili, y algunas características de la lengua precolombina nahualht.
No es éste, sin embargo, el único ejemplo de creación de "lenguas ficticias" que acaban traspasando los límites de la obra para la que fueran creadas. Por notorio, cabe destacar el caso del élfico, que en sus dos variantes -el sindarín, basado en la sonoridad del galés, y el qenya, emparentado con el finés-, han creado toda una legión de admiradores dispuestos a hacerse pasar por moradores de la Tierra Media. El hermetismo propio de las lenguas que lo inspiraban ha dado como resultado un sistema verbal con una sonoridad casi desconocida y una estructura ciertamente difícil de aprender.
Pero hay más: como la neolengua, inventada por G.Orwell para su distopía 1984, caracteriza por éste como "la única lengua del mundo cuyo vocabulario se reduce cada año". En consonancia con el mundo represor y autoritario del Gran Hermano, las palabras se acortan, la expresión se limita. Como bien se dice en la obra "si algo no se puede decir, será más difícil que se piense o se defienda". Todo un resumen de una dialéctica filosófica que gracias a Aristóteles o Coseriu, ha venido torturando a generaciones enteras de filólogos...
Por escasa, hablemos de la lengua creada por Julio Verne para sus "20000 lenguas de viaje submarino". Un idioma del que sólo conocemos una frase, "Nautron respoc lorni vich", pronunciada por dos tripulantes a bordo del Nautilus. Por su sonoridad, citemos al nadsat, jerga que Anthony Burguess puso en boca de sus drugos (La Naranja Mecánica, 1962). Decimos jerga, porque el nadsat se limita a la invención de vocabulario, sin que medien estructuras sintáticas de ningún tipo. Sea como fuere, es conocido por su originalidad y también por su dificultad. Tanto que fue su propio creador quien afirmó que "asusta a los lectores... y con razón". El inglés clásico y el ruso no parecen una combinación demasiado asequible...
Pasando de puntillas por el aklo, que aparece en obras de Maclen y Lovecraft, llegamos, debilidades de quien suscribe mediantes, al gíglico, el lenguaje cortazariano que toma vida en el capítulo 68 de Rayuela. Entre noemas e hidromurias, La Maga y Horacio Oliveira encuentran un código que los aísla del mundo, y que sirve al autor para narrar una relación sexual bañada con neologismos. A través de enumeraciones breves y frases largas, Cortázar ralentiza o acelera el ritmo de la narración, creando un efecto lúbrico que da muchísimo pábulo a la imaginación.
Para muestra un botón: "Y sin embargo era sólo el principio, porque en un momento dado ella se tortulaba los hurgalios, consintiendo que el aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrostaba y los extrapuyaba".
Toda una trampa al lector, quien, como afirma Andrés Amorós, "se avergonzará, quizá, al comprobar cómo su imaginación ha recurrido a términos más gráficos que los empleados por el escritor". Efectivamente, que cada cual rellene los huecos.
Ficción y literatura, misterio e invención, lenguajes de nuevo cuño que hacen profundizar al lector/espectador en la historia y ayudan a encontrar nuevas lecturas. Quizá, porque como dijo Chaplin, "el verdadero significado de las palabras se encuentra al decir las mismas cosas de diferente manera".
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