Sucede a menudo que una mentira mil veces contada se convierte en una verdad, y que la ignorancia, esa sorda con los ojos cerrados, contribuye bastante a que esa mentira se crea. Si juntamos ambos ingredientes, estupidez y falsedad, nos saldrá un cóctel letal, un brevaje que seguramente nos explote en las manos. Algo así sucede con los tópicos. En el caso que nos ocupa, sabemos de sobra a qué sabe el fruto de esa coctelera. A Cádiz se asocian conceptos injustos o cuanto menos parciales, como la indolencia, la gracia forzada, la "flojera", la falsedad y la simpleza. Reducidos a ese cliché, intentando huir de él, la inmensa mayoría de las 130.000 personas que poblamos esta ciudad y los exiliados que la añoran, aguantamos estoicos la palmadita en la espalda, la caricia en el cogote y la sonrisa gratuita y altanera que todos nos dedican. Porque no se engañen, para muchos, eso somos: payasos a los que prestar la conmiseración con la que se observa a un mono de circo.
Siendo esto así, urgiría separarnos de esta imagen, de tan dudoso beneficio, y empezar a vendernos como otra cosa que seguramente somos: una ciudad inquieta, imaginativa, que se rebela contra el olvido administrativo y fomenta, con dos duros y muchos cojones, lo que las chaquetas de despacho nos deniegan. Podríamos hablar de las plataformas ciudadanas, las iniciativas culturales, la capacidad organizativa, de nuestra historia, de nuestra importancia monumental, de nuestro peso turístico, de nuestra tradición comercial, de nuestra Universidad, de nuestras Academias. Pero sucede que no, que nos refugiamos en una esquina pestilente desde la que rogar, con voz de pena, que nos tiren monedas en el sombrero.
Y así nos va, claro. Uno, sin embargo, no pierde la esperanza, y anestesiado con la droga del 12, aguarda siempre el empujón definitivo, la propaganda útil y aniquiladora de clichés. Pero nunca llega. Y al sintonizar Canal Sur, deseoso de ver la imagen que se proyectaría de su ciudad en el programa "Aquí estamos" tiene muchas ganas de poner los puntos sobre las íes tal y como acaba la emisión. Porque cuando la Administración fomenta durante un programa de una hora la misma estúpida caricatura de siempre, con la ciudad resumida en su equipo de fútbol, la "gracia" de sus gentes y un Carnaval mal entendido y de lenguas cortadas, uno se pregunta en qué piensan quienes manejan nuestro impuestos, y qué futuro aguarda a un lugar destinado a ser para siempre el caricato imbécil del resto del Estado.
Pero nunca pasa nada. Y mientras unos y otros compiten en estupidez -ese "Aquí estamos" socialista contra aquel "Cádiz que sonríe" popular- la casa sigue sin barrer y nosotros aguantamos lo de siempre, con caras de cómicos acabados y pose resignada. Es ésa nuestra imagen en el espejo deformado, en la mentira repetida de quienes nos dirigen, curiosamente ninguno de ellos gaditano.
Sonrían a la cámara.
0 comentarios:
Publicar un comentario