martes, 12 de mayo de 2009

La lupa: Shakespeare or not to be. Breve historia del seudónimo.



La seudonimia es el escudo de la osadía. O así al menos vienen considerándolo, por los siglos de los siglos, todos aquellos que amortiguaron, amparados en una máscara de letras, la fuerza de la autoridad y sus consiguientes y sufridos"efectos colaterales". O tal vez sea el antifaz de la verguenza, el velo de la honra comprometida. Veamos...


La práctica del seudónimo, sin duda, puede calificarse como secular. Ya en la Grecia clásica, Homero, padre de todo lo escrito y por escribir - "El gran original", llaman algunosCursiva a La Odisea- , parece que fue el primer insigne creador en darle uso. O mejor dicho, los primeros creadores. Porque tras la etiqueta atemporal, tras la marca registrada, parece que se encontraban varios autores. ¿QCursivauieren un argumento de peso? Entre la composición de sus grandes ciclos épicos - La Odisea y La Ilíada- transcurrieron más de doscientos años. Por si fuese poco, los estudios estructurales y estilísticos de ambas obras denuncian diferencias demasiado evidentes para que éstas puedan atribuirse a un mismo "genio creador" .Negrita


Pero hay mucho más. Y muy variado.


Tras el seudónimo pueden esconderse motivos diversos, pero hay algunos que parecen - o parecían, afortunadamente- repetirse con extraordinaria frecuencia. Así, no fueron pocas las mujeres que seducidas por las musas y repelidas por los clichés sociales de su tiempo, disfrazaron su pluma de testosterona al más puro estilo Shakespeare in love. Nos detendremos -vocación localista mediante- en uno de los casos que más directamente nos atañe: el de la escritora helvético-andaluza Cecilia Böhl de Faber, vulgo Fernán Caballero. Ella, adinerada heredera de un diplomático suizo y otra insigne literatata gaditana -Frasquita Larrea, a quien cabe el honor de haber sido organizadora de una de las tertulias humanísticas más importantes de Europa- no supo conjugar -o no quiso, tal vez- su vertiente literaria con su pose de noble acaudalada.




Otros tantos, como el enigmático Avellaneda -autor de la apócrifa segunda parte del Quijote- han pasado a la historia por lo irresoluble de su misterio. ¿Quién estaba detrás de aquellas líneas que tan lógica indignación levantaron en Cervantes? ¿Lope de Vega, quizás? Nunca se supo y seguramente jamás se sabrá.
Enigmas algo más contemporáneos, como el de la identidad del autor de best-seller Nicholas Wilcox ya han sido -afortunada o desafortunadamente, según come se mire- resueltos. Por motu propio y en un arranque de sinceridad, el hoy conferenciante en Cádiz Juan Eslava-Galán reconoció ser el Dr.Jekyll de la novela histórica que estaba detrás del Mr.Hyde comercial y "filotemplario".


Y¿ a qué viene todo esto? Pues a que el mundo literario anda revuelto por recientes investigaciones académicas que vienen a decirnos que Shakespeare no era más que un seudónimo, simplemente el nombre falso de alguien como Francis Bacon o Christopher Marlowe. A este respecto, desde mi humilde y cibernético atril, me atrevo a preguntar: ¿de verdad importa algo? ¿No sería más ético proseguir el misterio y respetar la voluntad de quien sólo quiso ser desconocido? ¿Colaborarían ustedes, a sangre fría, en la degradación de Stanford Upon-Avon a un simple poblado de cabras? ¿Dejarían de leer a Shakespeare si en realidad fuese Marlowe?


Y una última pregunta: ¿permitirían los británicos que se sacrificara la leyenda del escritor más (re)conocido de la historia? Permítenme que lo dude. This is England...

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