Escribo esta entrada a propósito de la lectura de El negocio de la contracultura: rebelarse vende, un crítico ensayo metacultural escrito por los canadienses Andrew Potter y Joseph Heath . En él -muy merecidamente, en mi opinión- se ponen en clave de solfa algunos de los rasgos más tópicamente definitorios de aquellos que se autroproclaman "alternativos" o explícitamente "contraculturales". Como en el caso de los familiares coñazos, todos hemos conocido a alguno.
Generalmente son reconocibles por su necesidad continua de reivindicarse como intelectos superiores. Un alternativo jurará no estar al tanto de las andanzas de la Esteban y echará pestes inmediatas de cualquier cosa que suene en la radio fórmula. Mientras come una hamburguesa, su tema central de conversación será la evolución discográfica de Thin Lizzy. Tomando una tapa en un bar, quizá surjan Jackson Pollock o Uslar Pietri. Olvídate de ver fútbol con él -"pan y circo", te dirá presuntuoso- o de acudir a cualquier evento de masas. El alternativo siempre tiene en la boca algun referencia, alguna cita o algún pensamiento supuestamente novedoso sobre el "copyleft" o la era post-tecnológica.
A mí, qué quieren que les diga, me aburren. Sobre todo porque conocido uno, conocidos todos. Que si su viaje iniciático a la India, que si aquella performance ininteligible o lo jodidamente interesante que es tomarte una seta en Amsterdam u oír a un Dj albano-kosovar en pleno centro de Berlín. Aderezen este retrato con las desgraciadamente nada originales pintas de zíngaro-bohemio-pies negros de mercadillo peruano- en su variante hippie- o las del entrañable gafapasta con hechuras de intelectual setentero y ya tendrán al sospechoso. Sí, sí, ése que piensa que es intelectualmente superior a ustedes. El mismo.
El alternativo sólo encuentra la horma de su zapato en los refinados petimetres de la "alta cultura". Éstos, la otra cara de esta absurda moneda, sancionarán cualquier intento ajeno de asistir a una conferencia en vaqueros, atenuarán su acento andaluz (¿?) en librerías y bibliotecas y mostrarán una predilección abrumadora por Puccini o Bergman. Son los mismos que se sacan con devoción el abono anual más caro en el teatro de su localidad, por más que la programación sea una mierda -y suele pasar- o que simplemente no conozcan ni al 5% de los participantes. Sí, sí, esos mismos que les recuerdan constantemente que son económicamente superiores a ustedes. Los mismos.
Y claro, unos y otros dirán luego que la cultura es minoritaria. Pero es que a veces uno no sabe qué hacer. A mí, que me interesan ALGUNAS conferencias, ALGUNOS grupos musicales o ALGUNOS escritores, me tienen en un brete. Para no desentonar y poder disfrutar de su aprobación, habría de contar con un fondo de armario que constara -para según qué momentos- de chaqué, gorra rapera de los NY Yankees, zapatillas Converse, camiseta de Led Zeppelin, mocasines caros y algunos otros complementos del tipo de una rasta, un par de anteojos, un acento vallisoletano inapelable o una cartera de piel repleta de billetes verdes.
Al final, en esta historia del "ying-yang cultural", la cuestión es: ¿y a lo demás, que nos queda? Poca cosa supongo. Pero les propongo una solución: cúrrense un blog "maximinoritario" con una buena carga de ínfulas y pongan a caldo a unos y otros. Sólo una duda: ¿esto es cultural o contracultural?
En fin, que como decía aquel rapero vendido a la industria, "la naturalidad, la más díficil de las poses". Y el que esté libre de pecado...
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