domingo, 25 de julio de 2010

Alfonso Gamaza, El Moderno.


El Cambalache es un lugar recóndito, un local discreto en mitad de una calle secundaria. Bar jazzístico por excelencia de la ciudad de Cádiz, sus paredes son la caja resonadora de las maravillas improvisadas de Duke Ellington, Dizzy Gillespie o Louis Amstrong. Pequeño, acogedor y repleto de música, este local fue -y aún hoy es- refugio de la generación bendita de los hijos seseantes del bebop, de los jazzistas que hace treinta años crecieron en torno a dos nombres claves: Chano Domínguez y Alfonso Gamaza. Por conocidos, cabe omitir los méritos del primero. Por justicia, se deben destacar los del segundo.


Alfonso Gamaza, apodado el Moderno, fue, durante décadas el líder de la vanguardia musical de la ciudad. Poco amigo de los primeros planos, Gamaza destacó en la segunda línea, insuflando sus aires de musa genial a decenas de estrellas que bebieron de su fuente. Y es que no fue corta la nómina rutilante de quienes le dieron pábulo en su escenario. A saber: Wynton Marsalis, Michel Camilo, Tino di Geraldo, Rubén Dantas o Guillermo McGill.


Trágicamente fallecido hace escasamente un año, el homenaje le llegó tarde, pero al menos se le ganó la batalla al nunca. El pasado 20 de Julio, artistas como Javier Ruibal, David Palomar, Nono García o Carlos Villoslada se subieron al escenario del Baluarte de la Candelaria para homenajear al que fue uno de los talentos irrepetibles de una generación mágica.


La tragedia de lo póstumo alejó de sus oídos el eco de unos aplausos que nunca le llegaron en la medida justa, pero la memoria y el reconocimiento deben volver a situarlo en su lugar, en el panteón ilustre de los genios.


Descanse en paz el Moderno.


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