Mientras media Europa padece el auge de la extrema derecha, el asentamiento de la intolerancia cultural y el pavor a una globalización que es ya imparable, Rotterdam hace del mestizaje su bandera. Con un 48% de población no nativa, y gobernada por el inmigrante marroquí Ahmed Aboutaleb, la ciudad se mueve y crece en torno a la idea del respeto, de que la diferencia jamás puede ser algo negativo. Considerando que hablamos de la segunda ciudad en importancia del país y vértice de un área metropolitana de 2,82 millones de habitantes, sus logros en el terreno de la interculturalidad no parecen cualquier cosa. Hoy, Rotterdam es un lugar próspero, seguro, donde el otro no es el contrario, sino el complemento.
En este contexto de ciudad abierta y participativa, la CULTURA, escrita con mayúsculas, no podía constreñirse en el canon, no podía plegarse sobre sí misma y negar una realidad que inevitablemente la empapa y condiciona. Y no lo hizo. Con 1998 como punto de partida, la trayectoria del teatro Zuidplein es sin duda el ejemplo más llamativo de este “laissez faire” respetuoso, del abrir las puertas al que llega sin preguntarle “de dónde”.
El Zuidplein, uno de los grandes centros escénicos de la ciudad, adoptó en aquel entonces una decisión que lo significa y caracteriza: la de dejar en manos del pueblo, y de los representantes de sus grupos étnicos, la programación del teatro. Relegando a los programadores al papel de meros asesores, la primera palabra pertenece a un grupo de ciudadanos voluntarios que conforman la programación después de recibir -de forma gratuita- la formación conveniente. Samoanos, jamaicanos, surimaneses, asiáticos, gitanos o ucranianos se unen entonces en un comité plural, democrático y rotatorio que llega a incluso a idear espectáculos de producción propia. Mediante este procedimiento único en Europa, el Zuidplein ha visto incrementado su índice de asistencia hasta convertirse en uno de los teatros con mayor índice de asistencia de toda Holanda.
Todo ello para confirmar que la utopía del mestizaje, la verdad de la tolerancia y la riqueza de la diversidad son algo más que etiquetas manidas de propaganda barata, que se puede y se debe confiar en ellas como productos que enriquecen, como un patrimonio en forma de escudo contra la sinrazón de quien ve en su tierra la única tierra, y en su gente, la única gente.
Cuando Babel toma la escena, los espectadores aplauden, y el mundo, y su teatro, parecen un poco mejores.
+INFO:
http://www.theaterzuidplein.nl
http://www.rotterdam.info
El Zuidplein, uno de los grandes centros escénicos de la ciudad, adoptó en aquel entonces una decisión que lo significa y caracteriza: la de dejar en manos del pueblo, y de los representantes de sus grupos étnicos, la programación del teatro. Relegando a los programadores al papel de meros asesores, la primera palabra pertenece a un grupo de ciudadanos voluntarios que conforman la programación después de recibir -de forma gratuita- la formación conveniente. Samoanos, jamaicanos, surimaneses, asiáticos, gitanos o ucranianos se unen entonces en un comité plural, democrático y rotatorio que llega a incluso a idear espectáculos de producción propia. Mediante este procedimiento único en Europa, el Zuidplein ha visto incrementado su índice de asistencia hasta convertirse en uno de los teatros con mayor índice de asistencia de toda Holanda.
Todo ello para confirmar que la utopía del mestizaje, la verdad de la tolerancia y la riqueza de la diversidad son algo más que etiquetas manidas de propaganda barata, que se puede y se debe confiar en ellas como productos que enriquecen, como un patrimonio en forma de escudo contra la sinrazón de quien ve en su tierra la única tierra, y en su gente, la única gente.
Cuando Babel toma la escena, los espectadores aplauden, y el mundo, y su teatro, parecen un poco mejores.
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http://www.theaterzuidplein.nl
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