miércoles, 2 de marzo de 2011

The Changingman


"Dios existe, y su nombres de Paul Weller". Tras semejante frase -título de un poblado grupo del universo Facebook- se deja entrever la adulación mitomana que buena parte de los hijos del punk, el movimiento mod y los amantes de la música británica en general profesan hacia "The Modfather", el rostro visible y perdurable de grupos míticos como The Jam o The Style Council. Pero empecemos por el principio.

Muchos de ustedes se acordarán de Quadrophenia, la mítica película de Frank Roddman con aquella pelea entre mods y rockers en la playa de Brighton o aquel ambiguo final con la scooter de Jimmy volando hacia las rocas del acantilado. Pues bien, lo que allí se cuenta no es más que una descripción del modus operandi de los jóvenes mods, con todo su universo de flequillos largos, trenkas y lambrettas tuneadas.

Este movimiento urbano, que vivió su esplendor en la década de los sesenta, surgió en la convulsa Londres de principios de la década, con apabullantes oleadas de inmigrantes coloniales -particularmente jamaicanos- haciendo llegar hasta la Pérfida Albión todo el arsenal de sonidos del ska, el reggae, el blues y el llamado MODern jazz, que acabó por dar nombre a la tribu. En torno a los clubs londinenses, miles de chicos de clase media-baja comenzaron entonces a adquirir los rasgos propios de cualquier comunidad: uniformidad estilística, afinidades culturales y un sentimiento de pertenencia basado, en parte, en el odio al enemigo, representado en este caso por los ya nombrados "rockers".

Sin intención de detenernos demasiado en explicaciones sobre la génesis y el declive del movimiento, sí nos vemos obligados recordar que fueron muchos los grupos que -bien en la primera oleada MOD o bien en la llamada New Wave de los setenta- se adscribieron a esta corriente. A saber: The Faces, The Circles, The Jam, The Actions y, cómo no, los Who, el grupo menos mod más amado por los mods. La llegada de los hippies en los setenta, en primera instancia, y el agotamiento creativo en los ochenta, acabaron por dinamitar el movimiento, derivando a sus miembros hacia otras tribuas urbanas.Pues bien. En el centro de todo este universo, cuando el auge originario ya era pasado y todo la iconografía mod parecía perdida, aparece un chico de Surrey que se planta en mitad de la escena para fundar The Jam, uno de los grupos míticos de la historia del rock y legar, a quienes los quieran, discos como In the City o All Mod Cons.


Todo se desencadenó en un concierto. Más concretamente en el que los Sex Pistols ofrecieron en Londres en 1976. Entre los asistentes, un jovencito Weller, que criado en las bases melódicas del R&b asistía estupefacto a la explosíón visceral que proponían Sid Vicious y sus secuaces. La epifanía había llegado, y aquel descubrimiento configuró para siempre la nueva imagen del movimiento, que abandonó la cadencia soul para abrazarse al sonido explosivo y guitarrero de A town called malice. El idilio, sin embargo, sólo duraría seis años. Después de incontables números uno, de temas como That´s Entertainment o Down in the tube station at midnight -una crítica feroz hacia el auge del nazismo en el Reino Unido-, el grupo se separa. Entre los motivos, la irrefrenable tendencia de Weller hacia la experimentación musical y su inestabilidad psicológica. O simplementa será que, como dijo The Modfather, "Si pretendes seguir escribiendo buenas canciones tienes que reorganizar tu entorno y tus circunstancias de vez en cuando". ¿La cuenta pendiente? El salto a unos EEUU que nunca abrieron las puertas a la New Wave Británica.


Y llegamos a The Style Council, sin lugar a dudas la experiencia musical de Weller menos admirada por quien suscribe. Cabe valorar el atrevimiento, la huida del estancamiento y todo aquello valorable que buscamos de forma desesperada cuando admiramos a alguien y descubrimos que algo que hace no nos gusta un carajo. Será por la androginia innecesaria que nuestro personaje adoptó, será por los horribles arreglos ochenteros ensuciando todos y cada uno de los temas, será por la comparación dañina con todo lo bueno que habían hecho los Jam, pero personalmente, por más que fuera necesaria y coherente con el personaje, me niego a prestar más atención de la necesaria a esta etapa. Si acaso, por la vinculación política de Weller con el anti-thatcherismo a través de la plataforma Red Wedge, que le llevó de gira con grupos como The Smiths o Madness. Musicalmente, sin embargo, tampoco les fue demasiado mal. Algún número 1 (Our favorite shop, con su mítica portada a modo de resumen de la iconografía mod) y alguna incursión en el Billboard americano. El rechazo de la discográfica Polydor a una propuesta de disco de la banda en 1989 provocó que la cosa se acabará. C´est fini. Volvamos a hacer cosas serias...


Desde entonces hasta ahora, discos míticos en solitario como Wildwood, 22 dreams o el demoledor Wake Up The Nation, con el single seudo funky I´m high a la cabeza. Incontables números uno y a su alrededor auténticas disputas por tener el privilegio de tener la oportunidad de tocar un tema con el dios de la New Wave. Noel Gallagher, Adele, Amy Winehouse, Duffy...Todos en busca de su porción del pastel. Y entre ellos, el gurú de la música británica diseñando polos para Fred Perry o coches para Mini. Se lo puede permitir. Todo forma parte de la ecléctica personalidad de alguien que alguien hizo suyo el aforismo mod puesto en boca del protagonista de Quadrophenia: " Yo no quiero ser como los demás, por eso soy un mod".


Él, además, consiguió ser Paul Weller.





martes, 22 de febrero de 2011



" Sería una tontería decir que la música me salvó o me curó, pero en mi rutina diaria (...) a lo que me agarré fue a la música. No en busca de la salvación -nadie puede hacer eso por ti- sino por el consuelo de su promeso, su chisporroteo de vida, su salvaje y maravilloso arco sináptico sobre el espíritu, la mente y la carne"
Not fade away, Jim Dodge



Más allá de los estantes:(I) Pepitas de calabaza.



En España, el negocio editorial se reparte entre pocas manos. Determinada por la dictadura impuesta por los grandes holdings literarios, causantes de la tiranía del escaparate y de los premios ad-hoc ocupando los estantes, la industria da poco pábulo a las voces discordantes. En un país donde se publican -en primera edición o reeditados- en torno a 75.000 libros anuales, seis grandes grupos se reparten el pastel. Los nombres les sonarán seguro: Random Mondadori, Planeta, SM, Santillana, Roca...Y un escalón por debajo de ellos, otros sellos como Anagrama (honor y gloria por siempre) o Siruela. Son ellos (exceptuando en justicia al sello de Jorge Herralde) los responsables directos de la literatura del "show bussiness" y el reparto entre colegas, y los que, en consecuencia, condenan al ostracismo a los eclécticos, a los creadores ajenos al "fast food" de tinta y papel. Son ellos los culpables de los precios abusivos en confraternización con las entidades de gestión, son ellos quienes provocan, por acción u omisión, que en primera línea de sus librerías se encuentre el "biopic" que hace de su hermano uno de los hijos de Carmina antes que algún libro de Boris Vian.

En este panorama tan tópicamente dominado por las grandes fortunas editoriales, empeñadas en la cómoda reproducción de consumidores que comprarán -una o dos veces al año, no más- cualquier truño de doscientas páginas que se publique bajo su amparo, resulta difícil, decimos, encontrar un hueco para la diversidad. Pero existe. Un ejemplo de ello supone la vida y obra de Pepitas de Calabaza, una editorial riojana emparentada con el buen gusto y asociada a dos máximas: renunciar a la quimera de poder vivir de esto y publicar los libros que les salga de los cojones.

Y están cumpliendo ambas. En su catalógo, disponible en su web, puedes encontrar -oscilando casi siempre entre los 10 y los 15 euros- títulos pertenecientes a las corrientes históricas del anarquismo como Elogio de la Anarquía, escrito en la China del s.III o Anarquismo Individualista de Émile Armand; tratados sobre disciplinas como la Patafísica, el Situacionismo Filosófico y otras algo más mundanas, como el Arte de tirarse pedos. Y aderezando el panorama, surrealismo, dadaísmo, sociopolítica y publicaciones sobre el milenarismo que harían orgasmar a Fernando Arrabal.


Busquen y comparen, y si pueden acceder a Apollinaire, Sade o Jung en mejores condiciones, háganlo. Pero si no lo consiguen, vuelvan y echen una mano a un editorial alternativa que se autodefine como "con menos proyección que un Cinexin". Y que le den porculo al Planeta...

lunes, 7 de febrero de 2011

Al abordaje (no a la Ley Sinde)



Partamos de algunas premisas básicas. Entre ellas, la de que quien suscribe no defiende ni comparte algunos de los argumentos manidos de quienes abogan por la maldenominada piratería sin profundizar lo más mínimo en sus argumentos.


Veamos:


Uno. Por cada quince o veinte grupos musicales cuyas obras puedo haber descargado de la red, no creo que haya visto en directo -aun teniendo oportunidad- ni siquiera a una tercera parte de ellos. Tampoco soy consumidor de su mercadotecnia, y puedo decir, sin reparo, que directa y conscientemente no han recibido un céntimo de euro por mi parte a cambio del disfrute de su trabajo. ¿Soy yo el único? ¿Es ésta una transacción justa? Quizá no del todo en una sociedad de mercado...

Dos. Una obviedad: La defensa de la "cultura libre" y demás términos rimbobantes no es, en el noventa por ciento de los casos, el motivo real por el que muchos se muestran a favor de la descarga de archivos en la red. Evidentemente, no hay mucho más aparte de la gratuitidad, algo que, sin discusión, nos gusta y conviene a todos. Basta con pasarse por algún acto cultural gratuito y ver pasar ante ti el mismo y eterno bucle de caras conocidas, los mismos que, pagando o no, sí son asiduos usuarios culturales. ¿El único problema es el precio de los productos?


Tres. Yo sí creo en el derecho de un creador a cobrar por su trabajo. Pero ojo, siempre que lo estime oportuno y en las condiciones que él, libre e individualmente, establezca. Nada de soluciones salomónicas ni imposiciones a cargo de organismos de gestión que, en mayor o menor medida, establecen siempre una cuota de reparto monetario que es siempre desfavorable a su supuesto objeto de defensa: la persona que crea a costa de incontables horas de esfuerzo.


Cuatro. No son precisamente las grandes empresas productoras las principales perjudicadas de las descargas. Más bien al contrario. Avatar, esa patochada azulona perpetrada por James Cameron, es, al mismo tiempo, la película más descargada en la red y la que más millones ha facturado en taquilla. Llevando la cuestión al extremo contrario, pensemos qué puede suponer para una discográfica de las llamadas independientes que se descargue de forma gratuita un porcentaje mínimo de su ya de por sí no extraordinaria -en términos comparativos- producción. Muy probablemente una reducción de costes que afectaría, como siempre, a determinados puestos de trabajo (la base de la base de eso tan bonito que llaman "estructura piramidal"). Haciendo la cuenta a lo grande, podemos imaginar cierto desastre laboral...


Cinco. Basta de "no me voy a comprar un disco bueno por cuatro canciones". Itunes funciona a pleno rendimiento, y yo mismo puedo asegurar que no he comprado un sólo tema en mi ya prolongada vida de internauta. Empiecen a sumarse al club.


Establecidas estas condiciones, entremos en materia a propósito de la llamada Ley Sinde. Esta ley, enmarcada dentro de la denominada Ley de Economía Sostenible -ya la podriáis haber sostenido antes, álmas de cántaro- fue aprobada el pasado veintiséis de Enero por PSOE, PP y CIU. Viendo los firmantes, ya se puede imaginar usted la fiesta...Aun así, se la explico.


En términos generales, la idea que subyace es la de siempre. Las descargas en la red suponen un fraude económico y el Estado -garante de las libertades y la igualdad, jejeje- ha de poner soluciones. Lo mejor es cómo lo hace. Según se establece en las dos versiones de la Ley llevadas al Congreso, por primera vez entra en juego un factor muy particular: la atribución al Estado -encarnado en su Ministerio de Cultura- de la potestad de participar en un proceso que debería, en exclusividad, competer a los jueces.


Mediante una comisión de expertos constituida unilateralmente por el Gobierno, éste se arroga el derecho de intervenir en el procedimiento, llegando a proponer a los jueces el cierre de las webs. ¿Puede existir un proceso judicial más condicionado? Pero hay más: en el improbable caso de que el juez determinara la equivocación de dicha Comisión y absolviera a los responsables de la web en cuestión, las costas del juicio correrían a cargo del Estado y no de la SGAE, como hasta ahora venía sucediendo. Es decir, que las pagamos nosotros. Una especie de "yo me lo guiso, yo me lo como" a cargo del contribuyente. ¿Alguien ha escuchado hablar de la separación de poderes? ¿Es ésta su visión de una "economía sostenible"? Bienvenidos al estado de derecho versión española.



Aceptando por tanto que la Ley Sinde -como el canon digital, mismamente-supone una falacia jurídica y una inadmisible intromisión del Estado en un terreno que no le compete, ¿apostamos los consumidores por la cultura self-service? Yo al menos no. Y ahí es donde reside el problema: en el establecimiento de una falsa dicotomía de conmigo o contra mí, o Ley Sinde o nada, por la que personalmente no estoy dispuesto a pasar. Sólo basta con escuchar y leer declaraciones de Luis Tósar, Javier Marías, Bardem o el nuevo adalid de la cultura española de calidad -contribuyendo con sus impuestos al florecimiento de la industria norteamericana, eso sí- Alejandro Sanz. Un victimismo barato, desinformado y demagógico, llegando a niveles de imbecilidad risibles, como en el último de los casos citados.


Porque sí, existen algunas soluciones. Pero no compensan,claro. Pensemos en CreativeCommons, un sistema de licencias que permite al creador establecer, individualmente, en qué condiciones quiere que se comercialice su trabajo. Desarrollemos todo el universo del copyleft, innovemos en soportes basados en la explotación publicitaria, como Spotify o Netflix; revisemos las cuotas de reparto de los organismos de gestión -tipo SGAE o CEDRO- y consigamos de esta forma abaratar los costes de los soportes y, sobre todo, seamos coherentes. Porque no se puede tergiversar la realidad impidiendo, y digo bien, impidiendo, que los usuarios disfruten de lo que es gratis PORQUE SUS CREADORES ASÍ LO HAN QUERIDO.
Tomemos un ejemplo: Debian, un sistema operativo de Linux que puede descargarse de forma libre. Accesible, funcional y, remarcamos, gratuito.El problema, cómo no, reside en la necesidad de contar con una velocidad de conexión considerablemente mayor de la que disfrutamos en España. Algo a lo que, sobra decir, la señorita Sinde se niega, arguyendo que "sólo queremos más conexión para poder descargar más rápido". Bill Gates todavía debe de estar aplaudiendo...


En fin, que entre idas y vueltas, creo que tan sólo falta dar voz a los creadores; no a los del gran stablishment creativo, sino a los que se patean ciudades y curran maquetas para poder ganarse dos duros. Valga el siguiente testimonio, perteneciente a uno de tantos que acabaron por integrarse en la dictadura comercial de las productoras:


"No culpo a la piratería de mi bancarrota (...).Como la gran mayoría de chiflados que malgastamos nuestro tiempo en locales de ensayo y nuestro dinero en instrumentos y amplificadores, prefiero la satisfacción personal de saber que alguien se molesta en escuchar mi música a las TREINTA PESETAS que me tocan por copia vendida (la cuarta parte si el disco es comprado de oferta o a través de una campaña de televisión".


Y mientras tanto, el inefable Teddy Bautista -con sus más de treinta años sin repasar qué es una semicorchea- disfruta de 250.000 euros anuales de sueldo y se asegura, en estos tiempos de bonanza que los curritos disfrutamos, de 24.500 euros al mes para su jubilación. Reparto equitativo de la riqueza. Ya.


En resumidas cuentas: la industria cultural requiere de ingresos, pero nunca a costa de algo que raya la ilegalidad y supone un trato abusivo al contribuyente. Si quieren que cuadren las cuentas, propongo al madrileño de Miami, al izquierdista de lujosos hospitales de Los Ángeles y allegados, que visiten y exijan responsabilidades con el mismo furor a quienes de verdad destruyen la industria cultural convirtiéndola en un coto privado que les llena el bolsillo.


Es fácil. Madrid. Palacio de Longoria.


Por ahí podemos empezar a entendernos...

viernes, 21 de enero de 2011

It´s beatiful, it´s love.



Como todos lo hemos vivido, no hace falta explicarlo demasiado. Sujeto 1 conoce a sujeto 2, y toda una inesperada serie de reacciones químicas comienzan a ocurrir sin explicación aparente. Inhalación de feromonas, atracción irremediable a través de las traicioneras monoaminas, apego y estabilidad a través de la oxitonina o las endorfinas y, finalmente, una mezcla letal de melatonina y dopamina, o lo que viene a ser lo mismo, el ánimo por los suelos, la lástima interminable y el mundo hecho una mierda.

De esto, el tema más manido de la historia, es de lo que se propusieron hablar los mallorquines Sexy Sadie en It´s beatiful, it´s love (1998). Originalidad temática no, pero ¿atrevimiento? A raudales. Y es que cuando la banda se adentró en el estudio con el objetivo de crear catorce temas que desgranaran cada uno de los episodios cronológicos de eso que viene llamándose amor, la situación no era nada fácil.
Aunque desde su debut en 1994 con Draining your braing, el grupo era más que reconocido en la escena indie española -gracias a temas como In the water-, había llegado la hora de la confirmación. Y no era el mejor momento. Principalmente porque la banda había quedado mermada tras la baja de uno de sus componentes, y el tradicional cuarteto se había quedado en un trío que se enfrentaba al mayor reto de su carrera sin saber qué cojones iba a salir de aquello. Pero lo hicieron bien. Tanto, que acabaron por crear uno de los discos míticos de las escena independiente española.


Todo comienza con I´m the brain, un tratado guitarrero y con querencias rockeras a favor de la estabilidad mental que producen la independencia y la soledad bien entendida y bien llevada. Sin embargo, la felicidad nunca es completa, y las dichosas feromonas producen la aparición de un personaje inesperado que transforma ya para siempre las cosas. A brand new world significa la aceptación del desconcierto y la bobalicona dependencia de otro. Algo así como el salto a un precipicio en el que probablemente sólo te espere el vacío.


Pero eso importa poco cuando todo marcha bien (You know that´s the way i like it o Needle Chill), y todos los síntomas hablan de un subidón de romanticismo que desemboca en la cumbre que marcan Stay Behind Me o Days of love, muy probablemente el single más perdurable del disco: un arsenal de distorsiones alegres y melodías efectistas que desembocan en el estribillo cursílón que este tipo de canción necesita.

La calma necesaria en mitad de esta tempestad química viene marcada por Satellites, un tema para el que Sexy Sadie contó con la inestimable colaboración de Andrea Peraíta, antigua vocalista de Sunflowers y actualmente centro neurálgico de los no menos recomendables Sterlin. El tema anticipa todo un vaivén de satisfacción, tristeza y nostalgia por un pasado mejor: May, Join us, Sweet life y la melancólica My bike ("Don´t let me think you´re like someone else").

Y llegamos al final. No podía ser de otra forma. Sin embargo, ya que estamos, ¿por qué no marcharnos con una sonrisa? Para huir de patetismos, nada mejor que "agradecimientos" varios a quien ya es pasado y una pléyade de angélicales niños en los coros. Bye, bye. Hasta aquí hemos llegado, colega.


It´s love but...¿it´s beatiful? Se admiten opiniones...


domingo, 16 de enero de 2011

Rock español: poesía e imagen.


No parece casualidad. Situada en los márgenes de la historia de unas cuantas generaciones literarias y siempre a la búsqueda de temáticas "extracanónicas", es cuanto menos logico que sea precisamente la revista malagueña "Litoral" la encargada de editar uno de los compendios más eruditos y eclécticos acerca del nacimiento, la genésis y las características del rock en castellano.


La publicación, nacida hace más de ochenta años por iniciativa de Emilio Prados y Manuel Altolaguirre -dos de los escritores fundamentales, y más frecuentemente olvidados, de la generación del 27-, nos "regala" en este número monográfico más de 350 páginas dedicadas a la particular historia de los yeyé, los punks, los mods, los indies y toda esa fauna "patria" extrañamente congregada en torno a una etiqueta común. Y lo hace a través de una nómina de firmantes que merece mención aparte.


Vean. El roteño Felipe Bénitez Reyes a propósito de los "infaltables" Sabina y Miguel Ríos; Luis Alberto de Cuenca acerca de la cómplice relación que encuentran en su cabeza los riffs de guitarra y los versos libres; Antonio Luque (vulgo Sr. Chinarro) en plan nostálgico y si me apuran innecesariamente memorialístico; José Ignacio Lapido al quite de la eterna y desigual pelea con el folio en blanco, y sobresaliendo por encima de todos, un magistral Santiago Auserón, que firma todo un tratado acerca de la conflictiva relación entre el verso y la música. De fondo, todo lo acontecido entre Los Sírex y esa extraña y personalmente poco apreciada tendencia "western" que ha encumbrando, por ejemplo, a los sevillanos Pony Bravo. Una trayecto singular, sin duda.

Es ésta una historia que comienza con los conciertos matutinos en el madrileño Circo Price y que encuentra pronto muchísimas y afortunadas variantes. El rock progresivo catalán -Pau Riba y Sisa-; el rock andaluz; las crónicas de extrarradio de Burning y Leño -versión mesetaria- o La Banda Trapera del Río -en las lindes entre Cornellá y Barcelona-; el rock radical vasco, el histrionismo ochentero de Glutamato Ye-Ye y Mcnamara, todo el arco indie desde Australian Blonde a Vetusta Morla o el canalleo punkarra de Lendakaris Muertos o Def Kon Dos.

Por si esto les pareciera poco, hay tiempo también para detenerse en el nacimiento del insondable Omega o entablar interesantes debates entre los partidarios de la supremacía del inglés (con sus afortunados monosílabos) o los defensores del castellano (con todo su arsenal de palabras llanas). Y para rematar, un respaso a la utilización de la imagen en el rock estatal -con fotografías de Ouka Leele o esbozos del mismísimo Picasso- y una amplísima colección de letras que oscilan entre el "me he clavado un imperdible" de Leño y la edulcorada melancolía de Deluxe.
Cuarenta años de literatura y melodías al servicio de esos hijos del rock´n roll que serán por siempre bienvenidos.


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miércoles, 12 de enero de 2011

Enric González: Historias de cualquier parte.



Durante dos décadas, Enric González ha sido la voz de el diario El País -y los ojos de sus lectores- en lugares tan dispares como Irak, Roma, Nueva York o Jerusalem. Ante él han desfilado la barbarie de la guerra, los desmanes de los políticos corruptos, la vida caótica en las "capitales del mundo" y el día a día en un lugar cualquiera, esperando que suene el teléfono con la indicación de un destino distinto, de un nuevo lugar al que ir, ver y contar. Puro periodismo.

El resultado narrativo de esa acumulación ingente de vivencias han sido un puñado de libros pequeños, asequibles y tremendamente nostálgicos, con el denominador común de un nombre que definiría al titulador más vago del mundo. En sus "Historias de...", Enric González nos habla de política, de fútbol, de urbanismo y de lo divino y lo humano con la cotidianeidad de quien vivió sin intermediarios aquello que nos cuenta.

Mitad crónica, mitad autobiografía, en estos pequeños libros podemos encontrar historias tan dispares como la de Attilio Romero, un joven -y fatal- aficionado del Torino que atropelló, asesinándolo, a Gigi Meroni, la estrella de su equipo, en el momento culmen de su carrera. Y que volvería a escena muchos años después, para presidir el club, conocer el triunfo y llevarlo finalmente a la quiebra. O nos hablará de las cervezas que pueden encontrarse en un pub cualquiera de Londres, : lager, ales, strong lager, bitter. O de la ineficacia del servicio postal italiano, o de la nefasta sanidad británica, o del intento de asalto del fascista Oswald Mosley a un símbolo del lumpenproletariado -el londinense East End- en 1936, con el resultado de 100.000 manifestantes en la contraofensiva ciudadana y la retirada de tres mil "camisas negras", huyendo despavoridos entre las proclamas del lema "They shall not pass!".

Corresponsal y columnista genial, la libertad expresiva de González y su compromiso con la sinceridad acabaron por jugarle una mala pasada. Ocurrió en 2009, cuando una de sus columnas -ésta concretamente- fue censurada por la dirección de SU periódico. En tiempos de recortes salariales, no resultaba rentable mencionar la descontrolada paranoia bursátil de los propietarios. Ya se sabe: escriba y calle.

Pero como la estupidez no siempre es recompensada, parece que en este caso no ganó tanto el verdugo como el ajusticiado. Porque cuando la directiva del periódico de PRISA envió a González a la corresponsalía de la ciudad israelita -puesto que ocupa actualmente-, no sólo perdió a un columnista genial, sino que provocó la aparición de uno de los blogs más lúcidos acerca del conflicto de Oriente Medio. Tras él, como siempre, la mirada limpia, intencionadamente objetiva y certera de quien, acerca de lo fácil que resulta incubar la estupidez, escribió:

"Cuando, para nosotros, los buenos sean siempre los mismos y lo hagan siempre bien, y los malos sean siempre lo mismos y lo hagan siempre mal; cuando nos moleste la duda; cuando seamos incapaces de percibir nuestra propia ignorancia; cuando nuestro mecanismo mental se limite a conjugar el "yo", el "nosotros" y el "ellos", lo habremos conseguido. Basta con ponerse a ello. Vocación no nos falta"




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El ejemplo del Koala

Lecturalia

lunes, 10 de enero de 2011

Todo me habla de ti



El punto de partida es sencillo. Como después de la tormenta siempre llega la calma, tras el fin de una convivencia permanecen los vestigios. Más allá de las imprecaciones o la tristeza, quedan los recuerdos; muchos de ellos vinculados a objetos que inevitablemente hablan de nosotros y nos llevan a un lugar cualquiera del pasado, donde éramos más felices o simplemente éramos otros. No piensen en flores ni anillos de compromiso; estos objetos no han de ser necesariamente "poéticos". De hecho, es muy probable que aquello que mejor nos define sean las pequeñas cosas cotidianas, el enjambre material que nos rodea sin que le prestemos demasiada atención. De cara a reconstruir una historia, nuestra historia, son, sin duda, un punto de partida inmejorable.

De esta hipótesis parte la canadiense Leanne Shapton, ilustradora, diseñadora gráfica, directora de arte del National Post, colaboradora del New York Times y novelista. Ahí es nada. En "Artefactos Importantes" (Duomo Ediciones, 2010), la susodicha ha engalonado su ya inmejorable currículum con un nuevo logro: la creación de una forma de narración novedosa, eminemente gráfica y particularmente sugerente.


Todo ello para contarnos la historia -o el final de ella- de Hal y Lenor, una pareja recién separada a la que nunca escucharemos hablar, de quienes no conoceremos sus visiones diametralmente opuestas ni soportaremos sus quejas o sus rencores. Nuestro conocimiento se basará en el hecho de reconstruir quiénes son y qué pasó con ellos a través de los objetos con los que construyeron su vida en común.

Bajo la forma de un catálogo de subastas, Shapton presentará gráficamente fotografías de la pareja, notas manuscritas, barras de labios o saleros; todo lo necesario para entender los gustos culinarios de Hal, las preferencias estéticas de Lenor, las claves sexuales de ambos, sus afinidades y desacuerdos, el amor bobo e hipnótico, la complicidad, el hartazgo y finalmente el desastre. Si es que alguna de estas cosas pueden llegar a comprenderse...

Sea como fuere, Artefactos Importantes supone una puerta abierta a un nuevo concepto narrativo, una aproximación casi perfecta a la posibilidad de contar una historia casi sin palabras, a la imbricación definitiva entre la novela y la fotografía. Tan interesante resulta, que comienzan a oírse los cantos de sirena de Hollywood, y la adaptación cinematográfica -Natalie Portman y Brad Pitt al mando- está ya en camino.

Antes de que eso llegue, asómense a las páginas del libro. Podrán entender cómo se cuenta una historia a través de un cenicero, y redescubrir al mismo tiempo, para su suerte o desgracia, la estrechísima relación que existe entre el más simple de los objetos y el más triste o feliz de nuestros recuerdos.


jueves, 6 de enero de 2011

This is Rocksteady!



Hijo del ska, precursor del reggae, el origen del rocksteady (¿posible pareado?) está revestido de leyenda. Cuentan las crónicas que el verano de 1966 se presentó en Jamaica envuelto en una ola de calor inaguantable, lo que afectó considerablemente a la modorra general y al rendimiento de los músicos que poblaban los escenarios de Kingston. Algunos de ellos, habituados al ritmo frenético del ska, no pudieron adaptarse a las circunstancias y ralentizaron sus canciones de cara a las actuaciones en directo. Ante su sorpresa, el éxito fue inmediato, y la lentitud que imprimían a sus temas dio lugar a una especie de sonido "soul" tamizado por la musicalidad jamaicana. Era el rocksteady.

Pronto, el nuevo estilo fue adquiriendo sus peculiaridades. A saber: grupos de tres o cuatro solistas de voces melodiosas, protagonismo del bajo eléctrico, golpes en el tercer tiempo de cada compás ("one drop") y ritmos lentos y constantes. Dadas las circunstancias -Jamaica había conseguido su independencia en 1962-, la temática de sus letras lo diferenció ostensiblemente de su precursor. Hecha la revolución, conseguido el objetivo, la política dejó de ser prioritaria, y la exaltación patriótica y/o racial dio paso a temas más "mundanos": la inquietud sentimental de los chicos jamaicanos o la problemática de una nueva generación de jóvenes (los rude boys) inadaptados a la nueva realidad que les ofrecía el país. Ellos, un auténtico lugar común de la música jamaicana y de las tribus urbanas derivadas de ellas, se caracterizaban por su afición a atracar comercios y turistas y fumar "ganja"

Fue en este contexto en el que se auparon al estrellato nombres como los Jamaicans, The Silvertones y, sobre todo, Alton Ellis, uno de esos tipos -como Weller y tantos otros- capaces de resumir en sí mismos la estética y el simbolismo de todo un movimiento musical. Tal fue la identificación, que al declive del género -aniquilado por el empuje de la cultura rastafari- estuvo unido el del cantante, que dedicó los últimos treinta años de su vida a la gestión de la tienda de discos que regentaba en Londres. Injusto final para uno de los grandes "frontmen" jamaicanos.

Como, mal que le pese a Teddy Bautista -jefe, no jodamos-, la comparación entre la industria discográfica española y la foránea no ha, afortunadamente, lugar, Trojan Records ha recopilado en tres CD´s lo más granado del género debidamente remasterizado, reeditado y recontextualizado. Y todo por 16$ -lo que viene costando en España lo último de Dani Martín- o un rato de búsqueda en la red no demasiado esforzado.


lunes, 3 de enero de 2011

Glazz: De la playita a la ciudad