"Dios existe, y su nombres de Paul Weller". Tras semejante frase -título de un poblado grupo del universo Facebook- se deja entrever la adulación mitomana que buena parte de los hijos del punk, el movimiento mod y los amantes de la música británica en general profesan hacia "The Modfather", el rostro visible y perdurable de grupos míticos como The Jam o The Style Council. Pero empecemos por el principio.
Muchos de ustedes se acordarán de Quadrophenia, la mítica película de Frank Roddman con aquella pelea entre mods y rockers en la playa de Brighton o aquel ambiguo final con la scooter de Jimmy volando hacia las rocas del acantilado. Pues bien, lo que allí se cuenta no es más que una descripción del modus operandi de los jóvenes mods, con todo su universo de flequillos largos, trenkas y lambrettas tuneadas.
Este movimiento urbano, que vivió su esplendor en la década de los sesenta, surgió en la convulsa Londres de principios de la década, con apabullantes oleadas de inmigrantes coloniales -particularmente jamaicanos- haciendo llegar hasta la Pérfida Albión todo el arsenal de sonidos del ska, el reggae, el blues y el llamado MODern jazz, que acabó por dar nombre a la tribu. En torno a los clubs londinenses, miles de chicos de clase media-baja comenzaron entonces a adquirir los rasgos propios de cualquier comunidad: uniformidad estilística, afinidades culturales y un sentimiento de pertenencia basado, en parte, en el odio al enemigo, representado en este caso por los ya nombrados "rockers".
Sin intención de detenernos demasiado en explicaciones sobre la génesis y el declive del movimiento, sí nos vemos obligados recordar que fueron muchos los grupos que -bien en la primera oleada MOD o bien en la llamada New Wave de los setenta- se adscribieron a esta corriente. A saber: The Faces, The Circles, The Jam, The Actions y, cómo no, los Who, el grupo menos mod más amado por los mods. La llegada de los hippies en los setenta, en primera instancia, y el agotamiento creativo en los ochenta, acabaron por dinamitar el movimiento, derivando a sus miembros hacia otras tribuas urbanas.Pues bien. En el centro de todo este universo, cuando el auge originario ya era pasado y todo la iconografía mod parecía perdida, aparece un chico de Surrey que se planta en mitad de la escena para fundar The Jam, uno de los grupos míticos de la historia del rock y legar, a quienes los quieran, discos como In the City o All Mod Cons.
Todo se desencadenó en un concierto. Más concretamente en el que los Sex Pistols ofrecieron en Londres en 1976. Entre los asistentes, un jovencito Weller, que criado en las bases melódicas del R&b asistía estupefacto a la explosíón visceral que proponían Sid Vicious y sus secuaces. La epifanía había llegado, y aquel descubrimiento configuró para siempre la nueva imagen del movimiento, que abandonó la cadencia soul para abrazarse al sonido explosivo y guitarrero de A town called malice. El idilio, sin embargo, sólo duraría seis años. Después de incontables números uno, de temas como That´s Entertainment o Down in the tube station at midnight -una crítica feroz hacia el auge del nazismo en el Reino Unido-, el grupo se separa. Entre los motivos, la irrefrenable tendencia de Weller hacia la experimentación musical y su inestabilidad psicológica. O simplementa será que, como dijo The Modfather, "Si pretendes seguir escribiendo buenas canciones tienes que reorganizar tu entorno y tus circunstancias de vez en cuando". ¿La cuenta pendiente? El salto a unos EEUU que nunca abrieron las puertas a la New Wave Británica.
Muchos de ustedes se acordarán de Quadrophenia, la mítica película de Frank Roddman con aquella pelea entre mods y rockers en la playa de Brighton o aquel ambiguo final con la scooter de Jimmy volando hacia las rocas del acantilado. Pues bien, lo que allí se cuenta no es más que una descripción del modus operandi de los jóvenes mods, con todo su universo de flequillos largos, trenkas y lambrettas tuneadas.
Este movimiento urbano, que vivió su esplendor en la década de los sesenta, surgió en la convulsa Londres de principios de la década, con apabullantes oleadas de inmigrantes coloniales -particularmente jamaicanos- haciendo llegar hasta la Pérfida Albión todo el arsenal de sonidos del ska, el reggae, el blues y el llamado MODern jazz, que acabó por dar nombre a la tribu. En torno a los clubs londinenses, miles de chicos de clase media-baja comenzaron entonces a adquirir los rasgos propios de cualquier comunidad: uniformidad estilística, afinidades culturales y un sentimiento de pertenencia basado, en parte, en el odio al enemigo, representado en este caso por los ya nombrados "rockers".
Sin intención de detenernos demasiado en explicaciones sobre la génesis y el declive del movimiento, sí nos vemos obligados recordar que fueron muchos los grupos que -bien en la primera oleada MOD o bien en la llamada New Wave de los setenta- se adscribieron a esta corriente. A saber: The Faces, The Circles, The Jam, The Actions y, cómo no, los Who, el grupo menos mod más amado por los mods. La llegada de los hippies en los setenta, en primera instancia, y el agotamiento creativo en los ochenta, acabaron por dinamitar el movimiento, derivando a sus miembros hacia otras tribuas urbanas.Pues bien. En el centro de todo este universo, cuando el auge originario ya era pasado y todo la iconografía mod parecía perdida, aparece un chico de Surrey que se planta en mitad de la escena para fundar The Jam, uno de los grupos míticos de la historia del rock y legar, a quienes los quieran, discos como In the City o All Mod Cons.
Todo se desencadenó en un concierto. Más concretamente en el que los Sex Pistols ofrecieron en Londres en 1976. Entre los asistentes, un jovencito Weller, que criado en las bases melódicas del R&b asistía estupefacto a la explosíón visceral que proponían Sid Vicious y sus secuaces. La epifanía había llegado, y aquel descubrimiento configuró para siempre la nueva imagen del movimiento, que abandonó la cadencia soul para abrazarse al sonido explosivo y guitarrero de A town called malice. El idilio, sin embargo, sólo duraría seis años. Después de incontables números uno, de temas como That´s Entertainment o Down in the tube station at midnight -una crítica feroz hacia el auge del nazismo en el Reino Unido-, el grupo se separa. Entre los motivos, la irrefrenable tendencia de Weller hacia la experimentación musical y su inestabilidad psicológica. O simplementa será que, como dijo The Modfather, "Si pretendes seguir escribiendo buenas canciones tienes que reorganizar tu entorno y tus circunstancias de vez en cuando". ¿La cuenta pendiente? El salto a unos EEUU que nunca abrieron las puertas a la New Wave Británica.
Y llegamos a The Style Council, sin lugar a dudas la experiencia musical de Weller menos admirada por quien suscribe. Cabe valorar el atrevimiento, la huida del estancamiento y todo aquello valorable que buscamos de forma desesperada cuando admiramos a alguien y descubrimos que algo que hace no nos gusta un carajo. Será por la androginia innecesaria que nuestro personaje adoptó, será por los horribles arreglos ochenteros ensuciando todos y cada uno de los temas, será por la comparación dañina con todo lo bueno que habían hecho los Jam, pero personalmente, por más que fuera necesaria y coherente con el personaje, me niego a prestar más atención de la necesaria a esta etapa. Si acaso, por la vinculación política de Weller con el anti-thatcherismo a través de la plataforma Red Wedge, que le llevó de gira con grupos como The Smiths o Madness. Musicalmente, sin embargo, tampoco les fue demasiado mal. Algún número 1 (Our favorite shop, con su mítica portada a modo de resumen de la iconografía mod) y alguna incursión en el Billboard americano. El rechazo de la discográfica Polydor a una propuesta de disco de la banda en 1989 provocó que la cosa se acabará. C´est fini. Volvamos a hacer cosas serias...
Desde entonces hasta ahora, discos míticos en solitario como Wildwood, 22 dreams o el demoledor Wake Up The Nation, con el single seudo funky I´m high a la cabeza. Incontables números uno y a su alrededor auténticas disputas por tener el privilegio de tener la oportunidad de tocar un tema con el dios de la New Wave. Noel Gallagher, Adele, Amy Winehouse, Duffy...Todos en busca de su porción del pastel. Y entre ellos, el gurú de la música británica diseñando polos para Fred Perry o coches para Mini. Se lo puede permitir. Todo forma parte de la ecléctica personalidad de alguien que alguien hizo suyo el aforismo mod puesto en boca del protagonista de Quadrophenia: " Yo no quiero ser como los demás, por eso soy un mod".
Él, además, consiguió ser Paul Weller.